Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no le ha quedado más remedio que reconocer este viernes el "mal dato" del Índice de Precios al Consumo (IPC) del mes de julio. Y no es para menos, porque a primera hora de la mañana, el Instituto Nacional de Estadística (INE) desvelaba la peor de las noticias: la inflación se desbocaba hasta el 10,8% en el séptimo mes del año.
Esta escalada de precios, no vista desde el año 1984, pone de manifiesto la erosión de la riqueza que han sufrido particulares y empresas en tan solo un año, pero también evidencia los sistemáticos desaciertos del Gobierno con sus pronósticos, así como la completa ineficacia de sus medidas para contener lo precios.
Predicciones fallidas
Y es que, en lo relativo al IPC, los vaticinios gubernamentales (con la ministra de Economía, Nadia Calviño, a la cabeza) no podían estar más desacertados. Tanto es así que, desde que la escalada de precios comenzara a dar las primeras señales de alerta en la economía, Calviño no ha parado de equivocarse con la evolución de la inflación.
Por ejemplo, en septiembre de 2021, cuando el IPC cerraba en el 4%, la que se erigía como la ministra más preparada del Ejecutivo aseguraba que "la inflación no me preocupa a corto plazo" porque "no es exorbitante". En noviembre de 2021, cuando el IPC terminaba el mes en el insólito 5,5%, Calviño seguía asegurando que la subida de la inflación respondía a un "fenómeno transitorio"... Ahora ha quedado más que demostrado que no había atisbo de transitoriedad en la subida de la inflación, como defendió hasta la saciedad el Ejecutivo de Sánchez y su número uno en materia económica.
La última de la profecías fracasadas de Calviño se confirmó el pasado mes de junio. La escalada de la inflación rompió la barrera del 10% y tumbó las afirmaciones de la ministra, que aseguraba en abril que la subida de precios había alcanzado su pico en marzo. Nada más lejos de la realidad.
La inflación, crónica y enquistada
Ya en julio, lejos de contenerse, la subida de precios ha seguido tan desbocada que ya roza el 11%, como se observa en el gráfico. Aunque el dato de inflación de junio ya es suficientemente alarmante, si tenemos en cuenta que la inflación subyacente sigue disparada (que es la variable que excluye a los alimentos no elaborados y la parte energética, es decir, los componentes más volátiles del IPC) vemos que el incremento generalizado de los precios en todas las actividades económicas del país es crónico.
Tanto es así, que la inflación subyacente se ha multiplicado por 10, desde el 0,6% en el que estaba en julio de hace un año hasta el 6,1% actual.
Bien es cierto que el Gobierno no hace previsiones exactas del IPC, aunque sí comenta y pronóstica la evolución de este indicador cuando considera oportuno. Sin embargo, hay una variable sobre la que sí trabaja el Gobierno y es la más cercana al IPC: el deflactor del consumo privado. El Ejecutivo acaba de revisar este indicador al 7,8%, pero también parece que aquí se volverá a equivocar: la mayoría de analistas vaticinan una inflación del 9% cuando acabe el año.