"En 2030 no tendrás nada y serás feliz", fue la predicción del FMI en el marco del foro de Davos y que no tiene nada de retórico, o de conceptual. Ese es el ojetivo, empobrecer a la población y lo están consiguiendo a pasos agigantados.
La miseria y la pobreza es el objetivo. No es una conjetura o una elaborada conclusión de este redactor, ese el objetivo confeso de los gobernantes que dominan el mainstream mundial y sus satélites en cada país. En nuestro caso, el gobierno de socialistas y comunistas que decide nuestro futuro lleva tiempo empeñado en restringir nuestras comodidades o consumos con la excusa del cambio climático. El Gobierno tiene una cruzada contra los coches, contra las fábricas, contra la carne, contra la calefacción y el aire acondicionado, contra el azúcar, contra los refrescos y las explotaciones agrarias.
Uno de los fundamentos de la ecología política, que gravita en todo el movimiento ecologista y de lucha contra el cambio climático, es el del paradigma del progreso y el consumo. Para los ecologistas, la única manera de progresar en un mundo donde los recursos son escasos y la población creciente es dar marcha atrás en el consumo, reducir nuestras comodidades y retroceder.
Pues bien, por marciano que pueda parecer, éste es el objetivo que llevan años dibujando los diseñadores de las tendencias políticas globales y que empezamos a saborear ahora.
Un claro ejemplo es el tiro en el pie que se ha dado la Unión Europea con su política energética. Una política desquiciada que ha olvidado la física o las matemáticas para dejarse dominar por la política, llegando a tomar decisiones tan alucinantes como la alemana al terminar con todo su parque nuclear, o la española al negarse la posibilidad de explorar y explotar las reservas energéticas que tenemos, por ejemplo, en gas.
Pero más allá de esto, los mensajes que estamos escuchando este año de la clase dirigente no dejan lugar a dudas: su objetivo es que la miseria nos alcance y vamos a pasos agigantados. Lo que hace unos años traería la pobreza energética cuando el recibo de la luz subía un 5%, ahora, que prácticamente se ha doblado, con subidas del 80%, de lo que se trata es de ahorro energético.
Con la excusa de la guerra de Putin, los países de la Unión Europea (y el nuestro no es una excepción) mandan mensajes llenos de moralina eco-progre para que dejemos de consumir, ahorremos en energía y nos preparemos para pasar frío este invierno: "Estamos viviendo el fin de la abundancia", decía este miércoles Emmanuel Macron tras su consejo de ministros. Y pedía, con tono grave, cambiar de mentalidad.
Lo que, sin embargo, no señaló Macron es que ese fin de la abundancia no llega por castigo divino. Ni siquiera por la invasión rusa a Ucrania. Llega por los pecados cometidos durante demasiados años al rentable aroma del kilovatio verde y la financiación sin límites.
Tras la invasión de Putin a Ucrania, era un español, Josep Borrell, quien salía a la palestra para pedir a los europeos que bajemos la calefacción. El objetivo no era otro que "disminuir la dependencia de gas ruso"
Sin embargo, no pidió, por ejemplo a su país, España, que derogara las leyes que prohíben la prospección en busca de combustibles fósiles como el gas, o la negativa española a emplear el fracking para extraer gas de nuestras reservas naturales en lugar de pagar a precio de oro el gas extraído por la misma tecnología que exporta EEUU, uno de los grades beneficiados del conflicto ruso .
Entre las recomendaciones que ha puesto encima de la mesa la UE para tratar de reducir la dependencia energética del gas ruso por miedo a que, llegado el invierno, Putin corte el suministro y deje helados a países como Alemania, está la de limitar el consumo energético de los hogares europeos. Sí, lo que leen. Limitar el consumo en los hogares. Eso sería lo que está preparando el Departamento de Teresa Ribera y que está previsto que anuncie en unos días: un plan de contingencia que podría abrir la puerta a recortes de suministro. No en vano, la señora Ribera ya habló de las lecciones que había aprendido el Gobierno de la pandemia y el confinamiento.
Pues bien, existe una corriente dominante entre quienes ponen en marcha estas medidas que considera que el futuro es hacer de la pobreza virtud, como hizo el filosofo griego Diógenes. Así lo expresaron unos periodistas especializados en sostenibilidad y cambio climático, cuando felicitaron a España por ser el país en el que se habían aplicado las medidas más duras de toda la UE y de una manera más contundente.
La terrible inflación que sufrimos en España, más pronunciada que en el resto de países de la UE por obra y gracia del empeño de nuestro gobierno en disparar el gasto público y la deuda, está ejerciendo sus perniciosos efectos en la población que ya pasa literalmente calor en verano y frío en invierno, no porque se sientan solidarios, sin porque no tienen con qué pagar los suministros.
El Gobierno mantiene su puño de hierro sobre la economía de las familias y no alivia ninguno de los impuestos que sufre, tampoco ha deflactado la tarifa del IRPF para evitar que el Gobierno se forre aún más de lo que debe con el empobrecimiento de los españoles.
El grado de pobreza que ya alcanza la sociedad española ha pulverizado todos los récords. Quizá el termómetro más dramático es el de la caída de consumo de carne, pescado y hortalizas. Que se consumen un 13% menos, según las estadísticas del INE.
Una situación que, lejos de preocupar al Ejecutivo, lo celebra. Así se desprende del comunicado del Ministerio de Agricultura en el que se felicitaba de que los españoles estén arrojando menos desperdicios alimenticios a la basura. Es lo que tiene la escasez, le faltaba a la nota ministerial.
Y como estos, ejemplos tenemos muchos. Los problemas a la sequía no se solucionan con trasvases o con más pantanos (soluciones que eliminarían de raíz el problema de la escasez de agua), no. La solución de nuestros políticos es eliminar o reducir los regadíos.
Soltemos el departamento de Planas y cojamos el de Alberto Garzón. Aquí la escasez es la norma: no al azúcar, no a las bebidas azucaradas, no a la carne, no a las granjas, no a las bebidas alcohólicas, no al roscón de reyes, no a los juguetes de niños y de niñas. Y un larguísimo etcétera.
El gran problema que vivimos en estos días es que el main stream dominado por la clase política intenta convencernos de que el racionamiento energético o alimenticio es bueno porque es necesario ahorrar, pero no explican las causas de la escasez y mucho menos reconocen que ellos las han provocado.
Y si no lo reconocen, no cabe esperar que traten de solucionar los problemas de dependencia energética con más centrales de carbón, gas o nucleares, con la construcción de más pantanos que solucionen la sequía, o trasvases que eviten cortes de agua en periodos de escasez.