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Domingo Soriano

El problema de España no se explica por SEAT, sino por Amadeus o Inditex

En España el debate gira siempre en torno a cómo castigar a las empresas que ya existen y en cómo imputarles todas las desgracias que nos ocurren.

En España el debate gira siempre en torno a cómo castigar a las empresas que ya existen y en cómo imputarles todas las desgracias que nos ocurren.
Imagen de una de las primeras plantas de SEAT, en Martorell. | Motor 16

Está todo el mundo revuelto con las noticias sobre SEAT y Telefónica que hemos conocido esta semana. Casi como si nos robasen un pedacito de país. En el caso de los compradores de la teleco, el nerviosismo es lógico: poco fiables, con muchas dudas sobre para qué quieren meterse en un negocio tan sensible, con implicaciones geopolíticas... Cuestiones todas ellas importantes, pero más políticas que económicas. Porque si lo miramos desde el ángulo estrictamente empresarial, lo más llamativo es lo barato que resulta hacerse con el 10% de la que debería ser una de las grandes empresas españolas.

Lo de SEAT casi me llama más la atención. Porque hace ya casi cuatro décadas que Volkswagen tomó más de la mitad de sus acciones (como explica el excelente repaso que Miguel Puga publicaba ayer en Libre Mercado). Si alguien se creía que era una marca española, vivía en una ficción. Y tampoco para las plantas que el grupo Volkswagen tiene en nuestro país esto debería ser lo relevante: lo que nos debería importar es si seguirán abiertas y qué producirán. De hecho, viendo el éxito de Cupra, tendríamos que estar más preocupados por si hay modelos de esta marca que se fabricarán aquí (aunque es verdad que no parece que vayan los tiros por ahí) y no tanto hacer reportajes nostálgicos sobre el 600.

En cualquier caso, a mí todo esto me ha devuelto al momento Ferrovial que vivimos hace unos meses. Y la izquierda (también parte de la derecha, no nos engañemos) ha demostrado que no ha aprendido ninguna de las lecciones que entonces debería haber asimilado.

Lo primero es la duda existencial que nunca se resuelve: ¿queremos o no queremos grandes empresas? Yo sí quiero. Pero a nuestro Gobierno no le gustan tanto. Escuchándoles en las entrevistas o mítines, leyendo sus programas electorales y analizando sus leyes, queda claro que piensan que las grandes empresas son la fuente de la mayoría de nuestros males. Siguiendo esta lógica, que cierren, se marchen, las vendan o simplemente desaparezcan debería ser una gran noticia.

En este caso, es verdad que tenemos la vertiente industrial: ese apego que le tenemos a la economía física, como si de cada planta dependiera todo nuestro futuro. No digo esto porque le tenga manía a la industria ni mucho menos. Llevo años diciendo que me encantaría tener una estructura productiva más a la alemana o a la austriaca: mucho peso del sector exportador, empresas de tamaño medio (100-500 empleados) distribuidas por todo el país, una FP prestigiosa y que ofrece oportunidades... Incluso ahora, que la economía germana parece que pasa por dificultades, me sigue dando envidia.

Pero si somos realistas, lo que vemos es que el peso del sector industrial-manufacturero en España ha caído en la misma línea que en el resto de países europeos. La economía mundial es menos física cada año y nuestro país es uno más entre muchos (casi todos) en este aspecto: según datos del Banco Mundial, el peso del sector manufacturero ha pasado del 19 al 16% del PIB mundial en las últimas tres décadas y del 16 al 12% en España. Más o menos, lo que nos tocaba.

De SEAT a Amadeus

En 1980, las compañías más grandes de EEUU eran Exxon, General Motors, Ford, Texaco, Chevron, IBM o General Electric. Ahora las que lideran el S&P son Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Amazon, Nvidia, Tesla o Meta (Facebook). Parece claro por dónde van los tiros.

Ahí está la clave que nadie está señalando esta semana: el problema de España no es SEAT... el problema de España es Amadeus.

No me entiendan mal: Amadeus es un empresón. El único caso de éxito real de una compañía española en el sector tecnológico. Es verdad que si nos ponemos exquisitos veremos que es española de aquella manera (lo que quiero decir es que no es una empresa nacida en un garaje, fundada por unos jóvenes madrileños o barceloneses y que ha crecido desde estos modestos orígenes; nació como un consorcio entre varias grandes aerolíneas). Pero en cualquier caso, es una de esas marcas de las que deberíamos estar orgullosos: líder en su sector, rentable, presente en todo el mundo, innovadora... Cuando afirmo que el problema de España es Amadeus lo hago porque (1) es la única; ninguna otra compañía española está entre las 200 más grandes del mundo en el sector tecnológico (no incluimos aquí a las telecos); ni estamos ni se nos espera. Y porque (2) ¿cuántos españoles de a pie la conocen, saben lo que hace, dirían que es española?

Esto es un poco como lo de Inditex y Amancio Ortega. Yo estoy harto de ponerlo de ejemplo en mis artículos o en mis clases. Y no estoy harto porque tenga nada en contra del empresario gallego, sino porque me gustaría que hubiera más como él. No puede ser que vivamos del caso aislado. Lo normal, para un país como España, habría sido pasar del ejemplo excepcional al colectivo consolidado. Si queremos una comparación conocida pensemos en el deporte: en los 60-70-80 teníamos a Santana, Ballesteros o Nieto. Y eran fantásticos. Pero el paso que nos convirtió en una potencia fue la consolidación de una clase media de deportistas competitivos. Sí, es cierto, hemos tenido épocas gloriosas (esos años 2000-2010 con Alonso, Gasol, selección de fútbol y baloncesto, Nadal, Moto GP...). Pero incluso si te falta la superestrella, lo importante era el cimiento de calidad y cantidad. Ya no dependías del llanero solitario.

En el mundo empresarial, deberíamos haber dado ese paso. Pero no lo hicimos. El Ibex 35 actual es demasiado parecido al de 1992: bancos, constructoras, petroleras y eléctricas. Es cierto que algunos nombres han cambiado, siguiendo fusiones, adquisiciones o desapariciones. Pero ni por asomo podemos ver ese cambio de modelo productivo que se observa en otros mercados. Por ahí deberían ir nuestras preocupaciones. Si hay algo que debería ocupar el debate público es esto: ¿por qué no hay más multinacionales en España y por qué las que hay no son más grandes? ¿Por qué no conseguimos que aparezca aquí una compañía tecnológica potente? ¿Es un problema de la universidad, de falta de financiación, de legislación? Aunque sólo sea por egoísmo: todas las estadísticas nos muestran que las empresas más grandes pagan mejor, generan más empleo y ofrecen mejores condiciones laborales.

Me hago estas preguntas aunque asumo que es una ilusión. ¿Debate público sobre esto? En España el debate gira siempre en torno a cómo castigar a las que ya existen y en cómo imputarles todas las desgracias que nos ocurren. Como decíamos en el caso de Ferrovial, lo extraño no es que una se vaya, lo extraño es que las demás se queden. Y lo extraordinario es que surja una nueva.

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