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Domingo Soriano

Las pensiones, la deuda, nuestras cartas y una pregunta simplona

Habrá pensiones mientras haya contribuyentes a los que el Estado pueda cobrar impuestos... se llamen como se llamen esos impuestos.

Habrá pensiones mientras haya contribuyentes a los que el Estado pueda cobrar impuestos... se llamen como se llamen esos impuestos.
Manifestación de pensionistas vizcaínos, este lunes ante el Palacio de Justicia en Bilbao, en demanda de una pensiones | EFE

Dos debates sobre pensiones que he tenido en los últimos días. Los más importantes. Los más filosóficos. Los aparentemente menos prácticos. Los más actuales.

El primero, se puede resumir en este vídeo del profesor Bastos (como siempre, excepcional por su claridad y la forma tan didáctica que tiene de explicarse): la Seguridad Social no es un esquema Ponzi... porque eso equivaldría a decir que es un sistema, en el que hay algo, aunque sea poco. La Seguridad Social es simplemente una partida más de los Presupuestos Generales del Estado. Pagamos unos impuestos (y a uno de ellos lo llaman "cotizaciones”) y el Estado abona unas prestaciones (y a una de ellas las llama "pensiones"). La justificación de sus normas es más política que económica.

El segundo, más convencional: sobre la contributividad o no de ese sistema. Y en qué punto deja de ser contributivo y pasa a ser un asistencial con complementos.

Yo hace años que me puse de parte del profesor Bastos en el primer debate y debo reconocer que él fue el primero al que lo escuché explicar lo que había tras la pastilla roja: no hay un sistema con activos-pasivos y derechos-obligaciones, lo que hay son impuestos y prestaciones... ¿con unas reglas especiales? Pues claro, como todos los impuestos y prestaciones.

En el segundo debate, y si entramos en la ficción del sistema, creo que es evidente que hay que dejar claro cuál es tu esquema: si te empeñas en decir que es contributivo, que lo sea de verdad y que ese impuesto llamado cotización sirva para generar un extra importante para los que más han cotizado (o, lo que es lo mismo, hay que detener el proceso de los últimos años); y si es asistencial, como en muchos países de Europa, también dejémoslo claro, para que los trabajadores puedan decidir si deben ahorrar por su cuenta (bien sea con instrumentos colectivos o individuales).

En cualquier caso, los dos debates no están tan lejos como pudiera parecer. Decir que las cotizaciones-pensiones siguen un esquema clásico de impuestos-prestaciones puede parecer un ataque a la legitimidad del sistema. Pero en realidad también le dan una solidez que no tendría ese esquema Ponzi del que tanto se habla (y eso es lo que sería la Seguridad Social si lo viéramos como un ente independiente). Tener al Estado detrás, como garante, es un elemento de respaldo muy sólido. Porque quiere decir que habrá pensiones mientras haya contribuyentes a los que el Estado pueda cobrar impuestos... se llamen como se llamen esos impuestos.

En buena parte por eso me gustó especialmente el último informe de la AIReF. Por un lado porque planteaba proyecciones más realistas. Por otro, porque unía las advertencias sobre demografía a las de déficit público, mercado de trabajo, productividad o gasto en pensiones. Habrá pensiones mientras haya solvencia del Estado. Y los recortes (los gordos, los que todos tenemos en la cabeza, del 10-15-20%) llegarán cuando éste caiga, si es que cae. Si el escenario es a la griega... los recortes serán a la griega.

Riesgos cruzados

Además, hay segunda derivada muy interesante del informe de la AIReF, sobre esos riesgos, que son muy diversos:

  • Demografía: peor evolución de lo previsto en un inicio (menos nacimientos o menos inmigrantes) o incremento de la esperanza de vida (esto sería una gran noticia, pero presionaría todavía más las finanzas públicas)
  • Mercado de trabajo disfuncional: por precariedad, por una baja tasa de actividad o por bajo incremento de la productividad
  • Política institucional: parálisis en los ajustes normativos sobre pensiones (para los jubilados actuales o los futuros) o desequilibrio constante en el presupuesto público

Como decimos, son riesgos diversos... pero no independientes. Esto es lo que me da más miedo. A primera vista, podríamos imaginar un futuro en el que cada uno marcha en una dirección y en el que los efectos positivos contrarresten a los negativos. Por ejemplo: un incremento de la productividad que compensa la caída de la natalidad.

Pero creo que lo normal es lo contrario. Aunque hablamos de cuestiones que, aparentemente, no están relacionadas de forma directa, tengo para mí que lo lógico es que la mayoría apunten en la misma dirección:

  • Si el mercado de trabajo no funciona, la productividad se resentirá... y la demografía también: vendrán menos extranjeros, tendremos menos niños, etc. Y lo normal es que las cuentas públicas, en esa coyuntura, no se encuentren en una situación especialmente boyante.
  • Pasa lo mismo si miramos primero al presupuesto: una situación de déficit descontrolado generará dudas en los inversores, dañará la capacidad de financiación de las empresas, hará que el potencial de crecimiento se resienta y también perjudicará a la creación de empleo. Y todo ello, acabará viéndose reflejado en la demografía.
  • También es verdad que podríamos cambiar los dos párrafos anteriores por completo e imaginarnos el elige tu propia aventura optimista: hacemos reformas, crecemos, atraemos inversión y empleo, saneamos las cuentas públicas, podemos dedicar un poco más del Presupuesto a pensiones porque hay menos políticas sociales (pobreza, paro, dependencia, etc.) a las que atender...

Lo que quiero decir es que no tenemos nueve balas, una para cada uno de los factores utilizados por la AIReF en sus modelos. Si fuera así, sería más fácil ser optimista. Puede que usáramos mal una de nuestras opciones, pero tendríamos otras ocho de las que tirar. En realidad, nos lo jugamos todo a una carta que podríamos resumir en una pregunta un tanto simplona pero que explica muy bien el dilema de ese Reino de España que tendrá que colocar ingentes cantidades de deuda pública, tanto para refinanciarse como para cubrir los nuevos déficits en los próximos años: "¿Lo vamos a hacer bien o mal?"

Porque, además, la respuesta tendrá algo de profecía autocumplida: si somos serios en las reformas de pensiones, eso generará confianza en los inversores; con ese equilibrio presupuestario, será más sencillo acometer otras reformas y atraer inversores-trabajadores. Entonces, con las cuentas públicas saneadas y la productividad disparada, alguien dentro de 20 años podría decir: "Pues no era tan importante esa reforma, al final el gasto/PIB en pensiones no se ha disparado tanto como decíais".

Y, al revés, si no hacemos nada en pensiones, eso tendrá reflejo en el resto del presupuesto: tendrá que haber subidas de impuestos masivas que dañarán nuestra competitividad y nuestro mercado de trabajo; será más caro que nos financiemos; esos impuestos, unidos a las dudas sobre el sistema, empujarán a muchos de nuestros jóvenes mejor formados al extranjero, por lo que la tasa de dependencia empeorará todavía más... Y el recorte en las pensiones será todavía más importante de lo previsto.

"¿Lo vamos a hacer bien o mal?" Qué quieren que les diga, ahora mismo esto tiene muy mala pinta.

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