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Domingo Soriano

De la demonización del coche a la realidad: no seremos más verdes por prohibir el vehículo privado

Si estos tipos se salen con la suya, mucha gente va a morir de hambre, de falta de energía para calentarse... de decrecimiento.

Si estos tipos se salen con la suya, mucha gente va a morir de hambre, de falta de energía para calentarse... de decrecimiento.
Imagen de una calle de Viena, la ciudad con mejor calidad de vida del mundo, según The Economist. | Flickr/CC/Jorge Franganillo

La cifra de la semana es el 75% menos de coches desde ahora a 2050. Lo ha dicho el Foro de Davos. No como advertencia, sino como pronóstico y objetivo. Hablamos de uno de esos organismos que algunos pintan como el gran conciliábulo del capitalismo y que son ahora mismo el mayor peligro para la prosperidad, salud y bienestar del ciudadano medio del planeta. Exceptuando la posibilidad de una guerra nuclear (y aquí sí, los Putin o Xi Jinping están por delante), no se me ocurre una amenaza que ponga en riesgo la vida de más millones de personas que los planes de estos líderes mundiales reconvertidos a la religión climática.

Suena duro (y lo es), pero uno ve a la Comisión Europea albergando un evento sobre decrecimiento, como comentábamos hace unas semanas, y lo primero que piensa es que cuando hablamos de las cosas del comer no importan las buenas intenciones, sino los resultados: si estos tipos se salen con la suya, mucha gente va a morir de hambre, de falta de energía para calentarse, de enfermedades que habrían podido ser tratadas, de falta de nutrientes, de pobreza, de violencia derivada de la pobreza... vaya, de decrecimiento.

Pero lo de los coches me dejó temblando. Cómo puede publicarse algo así. Porque es un informe, no una ocurrencia de un activista un poco colocado. Los autores (hasta cinco participaron en el documento) se descuelgan pidiendo una reducción de más del 60% del parque automovilístico actual en algo más de dos décadas (75% si contamos las proyecciones que había de crecimiento del mismo para 2050) y no pasa nada. De hecho, seguro que en las semanas previas lo compartieron con compañeros de trabajo, otros académicos, el departamento de prensa que tenía que distribuirlo... Y nadie les dijo ni mu. A ninguna otra de las personas que lo leyeron se le ocurrió comentarles que se les había ido por completo la cabeza. Eso es lo que da más miedo: la unanimidad en la locura; en determinados ámbitos (y sí, son los más poderosos) apenas hay grietas en este discurso.

Además, no se dan cuenta de que, cuando lo criticamos, no es porque pensemos que lo peligroso sea ese futuro sin coches. A lo mejor se produciría de forma natural. Me cuesta imaginarlo, pero en 1950 tampoco había apenas caballos en las calles europeas y medio siglo antes eran el medio de transporte habitual. Lo que da pavor son (i) los planes para conseguirlo; con esa idea de que hay que empujar en la dirección correcta a unos ciudadanos reticentes; y (ii) los plazos, porque hablamos de 25 años: ¿de verdad alguien ha imaginado que esto es posible en 2050?

Tres imágenes

Por supuesto, este tipo de ideas tienen buena prensa. De hecho, por eso se publican, porque forman parte del espíritu de los tiempos. No hay más que ver que lo patrocina VISA, una de las grandes compañías a nivel global (y que se vería beneficiada de este modelo, todo hay que decirlo: un mundo en alquiler, como el que nos proponen, es uno en el que se disparan las transacciones electrónicas).

¿Y cómo puede tener algo así buena prensa? ¿Por qué el ciudadano medio occidental, que sería el que más sufriría las consecuencias de que estos planes se desarrollasen por completo, no sólo no protesta sino que le pone buena cara? Entre otras razones porque se lo muestran con imágenes que no tienen nada que ver con la realidad.

Tres noticias que me encontraba esta semana, para que nos hagamos una idea del mundo de verdad en el que habitamos frente a los dibujos animados del oficialismo energético.

La primera, publicado por The Economist, con un mapa en el que pueden verse las ciudades con mejor calidad de vida del mundo.

  • Top 10: Viena - Copenhague - Melbourne - Sydney - Vancouver - Zurich - Calgary - Ginebra - Toronto - Auckland.

  • Top 10 por la cola: Damasco - Tripoli - Argel - Lagos - Karachi - Port Moresby - Daca - Harare - Kiev - Douala

Estos rankings hay que cogerlos con pinzas en el detalle. Porque la clasificación final depende un poco de qué factores se tomen en cuenta y el peso que le demos a cada uno. Además, están los gustos personales: yo, por ejemplo, no me mudaba a la mayoría de las que salen en la lista, situadas en sitios extremadamente fríos, ni de broma. Pero como indicador general sí son buenos: cuando un país aparece de forma reiterada suele ser porque la calidad de vida es tirando a alta. En este caso, vemos como las primeras urbes tienen un transporte público excelente, muchos parques, preciosas zonas peatonales, árboles por doquier... Y las segundas son un caos de pitidos, atascos, colapso circulatorio, apenas sin zonas verdes...

Eso sí, ya les digo también que tienen bastantes más coches por habitante en el primer listado que en el segundo. Y que los ricos compran más cada año, por supuesto.

Por eso, cuando hacen esas estimaciones de que de los 1.600 millones de coches de la actualidad pasaremos a unos 500 en 25 años, uno se pregunta si se han planteado cómo se lo van a explicar no a los habitantes de Londres, que hace tiempo que tienen semiprohibido entrar en el centro de su ciudad en coche, sino a los de La Paz, Dakar o Sofia. Lo que quieren en esos países es parecerse a Suiza, Australia o Canadá, por citar sólo los que tienen más de una ciudad en el top 10 de The Economist. Y no, estos países no son ricos porque reciclen más o porque tengan más zonas verdes. La relación es la contraria: la sostenibilidad de Occidente (y sí, nuestros países son cada vez más ecológicos) se sustenta sobre su riqueza. Porque somos muy ricos, podemos destinar recursos a tener bolsas y cubos de basura de diferentes colores.

Si no lo creen, miren el mapa mundial de Our World in Data con los países en función de su número de vehículos por cada 1.000 habitantes.

mapa-coches-mundo-our-world-in-data.jpg

No digo que en las ciudades con más coches se viva mejor (aunque podría decirlo, pero eso queda para otro día), pero lo que sí afirmo es que las ciudades con mejor calidad de vida del mundo son aquellas que están en los países más ricos. Y ahí hay muchos (pero muchos-muchos, y muy buenos y muy grandes) coches.

Me encanta Madrid-Río y me gusta que en el centro de muchas ciudades se recuperen zonas peatonales. Pero ahora mismo es ciencia ficción pensar que podemos mantener nuestra calidad de vida reduciendo el 65% de los coches que poseemos. En realidad, el recorte para nosotros tendría que ser más contundente: para llegar a esa cifra a nivel mundial, si queremos que el reparto sea equitativo en todos los continentes, en Europa y Norteamérica calculo que tendríamos que llevar a achatarrar el ¿85-90%? de nuestros vehículos en un cuatro de siglo.

También soy usuario asiduo de los coches compartidos. Y estoy deseando que lleguen los autónomos.

Por cierto, apunte al margen: hace ya casi una década que nos aseguran que pasado mañana tendremos a nuestra disposición los vehículos sin conductor (perdonen la autocita, pero para que quede claro que no estoy en contra ni mucho menos del cambio: un artículo mío de 2017 en esta línea tecnooptimista). Pero todavía ni se intuye que esto se pueda generalizar. Es verdad que cuando una tecnología se impone, el cambio es más rápido de lo previsto; pero incluso así, esto no va como pensábamos. ¿Y en 25 años tenemos que hacer esta transición? ¿Alguien les ha dicho a los chinos o indios que dejen de comprar coches?

Pero, aunque me gusta la idea de viajar en coche sin tener que conducirlo y me encanta lo de coger un coche en una calle de Madrid con una app del móvil, no me hago trampas: ¿Y los habitantes de las zonas rurales? ¿Y los padres de familia que trabajan a 20 kilómetros del colegio de sus hijos? ¿Y...? Cada vez que leo uno de estos informes pienso en un diseñador gráfico soltero de 30 años que vive en Malasaña y trabaja desde casa. Y pienso en ese perfil porque parece que es lo único que tienen en la cabeza los que escriben estos trabajos. Incluso si asumimos (y es muchísimo asumir) que todos los habitantes de las grandes ciudades dejan su coche para pasarse a esas opciones de vehículos compartidos-autónomos, sólo contando los coches en zonas rurales y los de las afueras de las grandes capitales, las cuentas no salen. Poner coches compartidos en Villarriba y Villabajo ya les digo yo que no será tan sencillo como en Chamberí.

Les dejo una última imagen, de esas que tampoco suelen enseñarnos. Es un tuit del Cato Institute, en el que nos muestran cómo la cantidad de energía y de emisiones necesarias para producir una unidad más de PIB es cada vez menor. De hecho, en los países más ricos se está desplomando desde comienzos del siglo XX (no es una errata, es siglo XX).

Si quieren que el mundo sea más verde, tienen que hacerlo más rico. Entre otras cosas, porque siendo mucho más ricos tendremos más posibilidad de tener todavía más cubos de colores de basura, de innovar, de probar nuevos productos... Están obsesionados con el decrecimiento y la sostenibilidad y lo tienen al alcance de la mano. ¿Quieres más ciudades limpias, con zonas verdes, sin atascos, mayoría de coches eléctricos? ¿Quieres que Lagos o Karachi se parezcan a Zurich, Copenhague o Calgary? Pues vas a tener que conseguir que los nigeriarnos y los pakistaníes sean tan ricos como los suizos, daneses o canadienses. Y prohibiendo los coches, ya les digo yo que no lo van a conseguir. De hecho, podrían obtener el efecto contrario: menos crecimiento y, por lo tanto, que dejemos de innovar en cuestiones energéticas porque no podamos permitírnoslo. Se lo aseguro: los países a los que ahora envidiamos no se volvieron tan ricos prohibiendo lo que funcionaba.

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