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Ni hay tiempo, ni dinero ni ganas: por qué las pensiones ya son un problema irresoluble

Apenas hay margen de maniobra. Hace 25-30 años quizás se podría haber hecho algo, ahora sólo queda limitar daños (y rezar).

Apenas hay margen de maniobra. Hace 25-30 años quizás se podría haber hecho algo, ahora sólo queda limitar daños (y rezar).
EFE

Muchos españoles no se fían de Pedro Sánchez. Otros sí, está claro. Pero podríamos decir que hay un porcentaje relativamente elevado de la población que está preocupada por cómo será el estado de las finanzas públicas cuando termine el mandato del actual presidente. Luego están los que no confían en Alberto Núñez Feijóo (también muy numerosos). Y tenemos a otro grupo numeroso que sospechan de uno y otro. Cada uno de esos ciudadanos de nuestro país, los de uno y otro lado, lo verá de una manera, pero todos comparten una preocupación común: qué pasará con el sistema de pensiones con el cambio de Gobierno. Unos lo articularán en modo "¿quién cuidará de nosotros cuando se vaya Sánchez?". Otros pensarán "¿qué trampas se encontrará Feijóo cuando llegue a La Moncloa?" Pues bien, unos y otros pueden estar relativamente tranquilos. No con las pensiones, sino con el posible bandazo a mejor o peor que pueda llegar a ocurrir. No tiene pinta de que eso vaya a pasar.

Todo esto viene a cuento de la noticia conocida esta semana acerca de la votación que en los próximos días tendrá lugar en el Congreso. Se trata de la última parte de la reforma de las pensiones pactada por el Gobierno con patronal y sindicatos. Algunos de los socios habituales de Sánchez (Bildu, BNG, Podemos) ya han declarado que votarán en contra. Pero parece que no habrá problemas para sacarla adelante gracias al apoyo de los populares. ¿Y en qué consiste esta parte de la reforma? Nada muy relevante: incrementa los incentivos y las facilidades para retrasar la jubilación. De esta manera, permitirá que quienes sigan trabajando más allá de los 67 años puedan percibir, a la vez, una parte de su pensión. Además, la reforma recoge un nuevo procedimiento sobre los coeficientes reductores de la edad de jubilación que afectará a actividades con altos índices de peligrosidad o insalubridad.

En realidad, este acuerdo entre PP y PSOE no es una novedad. En España, las reformas de las pensiones suelen tener dos partes. La que podríamos denominar como "polémica", que va al fondo del asunto y plantea recortes de una u otra forma. Ahí nunca hay pacto. El partido en el Gobierno la hace a regañadientes y la oposición se aprovecha de la coyuntura para hacer un poco de demagogia y acercar el ascua a su sardina. Pasó en 2011, cuando el PSOE aprobó el retraso en la edad de jubilación y los recortes paramétricos con el voto en contra del PP. Y volvió a ocurrir en 2013 con la reforma-recorte de Fátima Báñez que el PSOE no apoyó.

No podemos decir que se haya repetido el proceso en este ciclo 2021-2024. Pero eso es porque, en realidad, no ha habido una reforma de las pensiones como tal: como explicábamos hace unos días, lo que José Luis Escrivá diseñó y sacó adelante es una masiva subida de impuestos (reforma fiscal, si lo queremos) a los que dio el engañoso nombre de nuevas cotizaciones.

De esta manera, el Pacto de Toledo, que en teoría se creó para no meter este tema en la contienda política y para poder hacer reformas difíciles por consenso (esa idea, muy de las socialdemocracias del norte de Europa, de no utilizar las pensiones como arma electoral), en España ha servido exactamente para lo contrario. Cuando se aprueban las reformas impopulares (por pura necesidad presupuestaria del Gobierno de turno), se hace sin consenso. Y los abrazos y las fotos de grupo se dejan para las contra-reformas que incrementan el gasto (como la actualización automática de las prestaciones al IPC) o los temas menores que apenas afectan a la sostenibilidad (como los incentivos para compatibilizar pensión y trabajo).

¿Sin solución?

Todo esto viene a cuento porque tras el acuerdo PP-PSOE, hay quien se pregunta si existe alguna posibilidad de cambiar las cosas. Es decir, ¿habría alguna modificación significativa con un posible Gobierno futuro de Núñez Feijóo? No lo parece. En primer lugar, porque en las grandes cuestiones relacionadas con las pensiones hay consenso entre los dos principales partidos. Y en segundo término, porque tampoco hay demasiado margen. ¿Hace 25-30 años se podría haber aprobado una gran reforma de las pensiones? Sí. O al menos se podía haber intentado.

Ahora, ¿qué se puede hacer? Pues es que ya no hay demasiado de lo que tirar. La única decisión posible es quién soportará el coste de los recortes. O cómo se repartirá ese coste entre los tres grandes grupos de afectados: (1) pensionistas actuales; (2) pensionistas que se jubilen en los próximos 15-20 años; (3) trabajadores-contribuyentes jóvenes (menores de 45 años). Por ahora, la decisión (consensuada) ha sido cargar casi todo el peso en el tercer colectivo.

¿Por qué decimos que no hay mucho margen? Pues por cinco razones:

  1. Cada vez estamos más cerca de los años clave (2030-2045), cuando el descuadre de las cuentas será más importante. Cualquier reforma de las pensiones que quiera ser equilibrada y políticamente viable necesita de unos años de transición que ya no tenemos.
  2. Todo es cada vez más automático. Lo más perverso de la contra-reforma que se inició en 2018 (y la inició el propio Mariano Rajoy, que se cargó su reforma de 2013) es que automatiza todo lo importante. La revalorización de las pensiones con el IPC (es verdad que con fórmula algo más compleja que antes, pero el fondo del asunto no cambia) complica mucho la vida a cualquier Gobierno. ¿Quién se atreverá a aprobar la medida más impopular posible y que afecta al colectivo electoral más numeroso?
  3. Cada vez hay más pensionistas. La salida del trabajo de los boomers está comenzando justo ahora mismo. En España, el baby-boom comenzó en 1958-1959 y se extendió hasta finales de los 70. Sumen 1958+67 y verán qué número les sale. Sí, exactamente 2025. Si usted piensa que las pensiones tenían un problema por la demografía, todavía no ha visto nada. Pero eso mismo (que los problemas reales estén comenzando de verdad ahora) hace más complicados los cambios.
  4. Las cifras de las últimas dos décadas ya son pésimas. Si cogemos grandes números (aquí las cifras exactas de la evolución entre 2005 y 2023): las cotizaciones sociales se han incrementado en unos 30.000 millones de euros; el gasto en prestaciones lo ha hecho en 90.000 millones. Es decir, el llamado "sistema" ha pasado de un superávit anual de 8.000-10.000 millones a un déficit de 52.000-55.000 millones. Y creciendo año a año. Es cierto que no es la cifra oficial, porque se maquilla contablemente con las transferencias del Estado, nuevos impuestos o sacando partidas de las cuentas de la Seguridad Social. Pero, si queremos hacer un diagnóstico realista, este tipo de artimañas políticas (que también han practicado los dos partidos, aunque es cierto que este Gobierno las ha llevado a un nivel superior) no deben afectar a nuestro análisis. Si antes de la llegada del baby-boom hemos visto esta evolución, ¿cómo pensar que no va a empeorar? De hecho, lo está haciendo y para que no lo haga más, el Gobierno se ha sacado de la manga los tres nuevos impuestos de la reforma de Escrivá.
  5. Nuestro sistema de pensiones es el más generoso de Europa. Podría parecer que esto facilita las cosas: si es tan generoso, recortar un poco ese aspecto no debería ser tan complicado (seguiría siendo generoso, pero un poco menos). En realidad, es lo contrario. Es tan generoso porque (i) hay muchos beneficiarios que no quieren renunciar a sus condiciones y (ii) nunca se han hecho reformas reales. Pero la razón real por la que el margen de maniobra se estrecha es que esa generosidad mira hacia el pasado, pero también hacia el futuro: las promesas ya realizadas (a los pensionistas actuales y a los que se vayan sumando en los próximos años) son muy relevantes. España es el país de Europa con una deuda implícita relacionada con las pensiones más elevada.

Alternativas

A partir de aquí, habrá quien piense aliviado que esto es bueno. Que al no haber margen, los pensionistas estarán protegidos. Es una forma de verlo. Otra es la que apuntábamos antes. Va a haber que hacer recortes sí o sí. La clave es quién los soportará.

Lo hemos explicado muchas veces. Ahora mismo, las opciones son:

  1. Subir la edad de jubilación: afecta a los trabajadores actuales, sobre todo a los jóvenes
  2. Incrementar las exigencias para cobrar una pensión (reformas paramétricas que vayan más allá de la edad de retiro): afecta a los trabajadores actuales, sobre todo a los jóvenes
  3. Recortes en otras partidas del presupuesto: afecta a los beneficiarios de esas partidas (desde infraestructuras a educación, que cada uno ponga el capítulo presupuestario que crea más prescindible; y no, con los coches oficiales no llega)
  4. Subidas de impuestos: por ejemplo, los tres ya aprobados incluyen mecanismos automáticos para que se vayan incrementando de forma continua hasta 2040
  5. Recortes a los actuales pensionistas: la alternativa que ahora mismo no está sobre la mesa. Pero tampoco estaba sobre la mesa en Grecia a comienzos de la pasada década y cuando los jubilados helenos se quisieron dar cuenta les habían dado un tajo del 40% a sus prestaciones.
  6. Transición de un sistema contributivo (tanto aportas, tanto cobras) a uno asistencial con pequeñas primas al alza para los que más hayan cotizado. Esto no sería novedoso, va un poco en la línea de lo que se ha hecho desde hace tres décadas, limar poco a poco la contributividad del modelo.

Algo de esto, o un poco de todo, pasará sí o sí. Es cierto que con mejoras sustanciales (que por ahora no aparecen) en el mercado de trabajo o la productividad, los recortes podrían ser menores. Pero de lo que no hay duda es de que los habrá. Lo único que podrá decidir el sucesor de Sánchez es cómo repartirlos entre los anteriores puntos. También le puede ocurrir al propio Sánchez si, como asegura, se presenta a las próximas elecciones y su coalición de investidura vuelve a tener mayoría.

La realidad es que apenas hay margen de maniobra. Hace 25-30 años quizás se podría haber hecho algo, ahora sólo queda limitar daños (y rezar para no vernos en un escenario similar al que afrontó Grecia en 2012).

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