En los últimos 25 años la economía global ha sufrido tres grandes crisis:
- La denominada "de las .com" (de la que el PIB español se libró gracias al impulso de la entrada en el Euro) de 2000-01
- La de 2008 (tan grave que los bancos centrales necesitaron años de políticas nada ortodoxas para paliar sus efectos y que ha conducido al descontrolado nivel de deuda pública actual en las economías desarrolladas)
- La de 2020, la más breve pero tan intensa que comprometió más recursos públicos en menos tiempo que ninguna, al intentar que la parada de la economía por la pandemia afectara lo menos posible.
De todas ellas se ha salido con políticas neo-keynesianas de mayor gasto público que han generado unos altos niveles de endeudamiento, en la primera sobre todo privado y en la segunda sobre todo estatal. En esas tres crisis el papel de los bancos centrales fue clave, sobre todo en la segunda y tercera, en las que se rompieron tabúes históricos como el enorme tamaño de sus balances y los tipos de interés negativos.
Países endeudadísimos a bajísimo coste como si el precio del dinero jamás volviera a subir, olvidando que la economía es cíclica y que todo tiene consecuencias, ¿qué podía salir mal? Evidentemente, tanto dinero en circulación generó inflación, durante años sólo en los precios de los activos financieros generando burbujas en la bolsa, especialmente en Wall Street (desde 2013 siempre ha habido más de una decena de nuevos máximos históricos cada año en el S&P500, sólo en 2021 hubo 70), la de la deuda (con dinero comprando incluso bonos basura a mínimos de rentabilidad) y, quizás la más llamativa en porcentaje de revalorización, la de las criptomonedas.
Pero llegó la pandemia y se ralentizaron el consumo y el comercio durante el tiempo suficiente como para deteriorar las cadenas de distribución globales y, al reiniciarse la actividad económica, en 2021 la burbuja también empezó a afectar a las materias primas. En agosto de 2021 Jerome Powell, presidente de la Fed, seguía con el discurso de la inflación temporal, aunque ya se veían presiones en los precios finales. No obstante, antes de acabar el año, y una vez confirmada su renovación en el mandato (algo que no estaba tan claro como en otras ocasiones puesto que él fue designado por Trump), ya asumió que la política monetaria debía cambiar. Hasta ese momento los bancos centrales eran los mejores aliados de los políticos derrochones.
Al anunciar la Fed que en 2022 subiría los tipos y que empezaría a reducir el balance del banco central, estaba reconociendo su parte de culpa en las tensiones inflacionistas, ya que era cuestión de tiempo que tanta liquidez barata se saliera del circuito financiero y acabara por ayudar a un encarecimiento generalizado de los bienes y servicios.
Esto ya era así antes de finales de febrero, cuando la invasión rusa de Ucrania presionó aún más los precios, especialmente los de la energía en Europa. Ahí, a la irresponsabilidad de la última década de los bancos centrales, se sumó la absurda política energética alemana desarrollada también durante años.
Hasta el verano, BCE no empezó a subir los tipos, y esa tardanza en actuar provocó que la inflación subiera más en toda la Eurozona porque al debilitarse el euro, se encarecían más todas nuestras importaciones en dólares. También ese retraso ha llevado a que los movimientos al alza fueran más rápidos y agresivos después, algo que han padecido muchos hipotecados a tipo variable que han visto como en poco más de un año se pasaba de un Euribor en negativo a uno que rondaba el 4% hasta el colapso del SVB.
El problema es que la subida de tipos es necesaria para controlar la inflación, cuyo coste social es enorme, por lo que estamos en una situación económica complicada y que, al contrario que en las otras tres crisis que hemos vivido en el último cuarto de siglo, no se puede resolver, siquiera momentáneamente, recurriendo al dinero abundante y barato de los bancos centrales. Esto está desorientando a nuestros gestores políticos, por eso desde UP hablan de "terrorismo financiero" del BCE, porque ellos sólo entienden las políticas de gasto. De hecho, la mayoría de los gobiernos actúan en dirección contraria a la actual política monetaria ahora que ya no les ayuda a endeudarse barato, y con su falta de austeridad están impulsando el consumo y con ello al mantenimiento del alza de la inflación.
Y es que la estanflación actual (bajo crecimiento y alta inflación) es muy complicada. No podemos contener los precios sin enfriar la economía, reduciendo la capacidad de endeudamiento de los consumidores y con ello, reduciendo su gasto. Y como además los bienes que más pesan en el PIB en la mayoría de las ocasiones los obtenemos endeudándonos, como es el caso de la vivienda y el automóvil, el encarecimiento de los créditos reducirá las compras y con ello el crecimiento.
En general en todo el mundo desarrollado estamos en una situación de estancamiento, con algunos países con el último trimestre en negativo por poco (como Alemania) y otros en positivo, también por un modesto margen. Es cierto que España parece mejor posicionada este año gracias al turismo, a los fondos europeos y a que venimos de más abajo que los demás, pero tenemos la misma divergencia entre la política gubernamental, que propicia el gasto (agravada por las convocatorias electorales) y la del BCE, que intenta frenar el consumo.
Personalmente prefiero una recesión breve que rebaje la inflación que esquivar la recesión a costa de mantener los precios en niveles históricamente altos durante mucho tiempo. Con todo, lo que más temo es que no se haya aprendido nada de la irresponsable política monetaria de los últimos años y en la próxima crisis vuelvan a recurrir a ella porque ese es el camino a una crisis verdaderamente sistémica ya que no puede sostenerse la economía trayendo más y más recursos del futuro (eso es, al fin y al cabo, la deuda).