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¿Vuelta a los 70? Todo el mundo mira al precio del barril de petróleo tras el ataque de Hamas a Israel

Los analistas ya descontaban antes del ataque que estaría por encima de los 90 dólares hasta finales de 2024. ¿Y ahora? ¿Cómo afectará a la inflación?

Los analistas ya descontaban antes del ataque que estaría por encima de los 90 dólares hasta finales de 2024. ¿Y ahora? ¿Cómo afectará a la inflación?
Imagen de una gasolinera norteamericana en 1974: decenas de coches hacen cola para llenar el depósito. | Cordon Press

Música disco, pantalones de campana, estampados psicodélicos... y recesión, una larga y profunda recesión.

Los 70 se recuerdan por muchas cosas, pero entre ellas destaca la estanflación: esa mezcla de elevada inflación y bajo (o nulo o negativo) crecimiento que tuvo en jaque a los economistas de medio mundo, que no terminaban de explicar qué estaba ocurriendo. Entonces, como ahora, veníamos de una década larga de crecimiento. También, igual que en estos momentos, las tensiones geopolíticas no ayudaban a la coyuntura. De hecho, incluso la geografía se repite en parte. Es verdad que Vietnam ya no preside los titulares de las noticias, pero a cambio, el choque EEUU-Rusia y el conflicto en Oriente Medio siguen ahí, no tan diferentes a lo que ocurría hace medio siglo. Y por supuesto, estaba el petróleo, la materia prima más importante de la economía moderna: lo era en 1973 y lo sigue siendo medio siglo después.

Desde que el pasado sábado, Hamás atacase el sur de Israel, quien más quien menos ha pensado que, junto a las consecuencias políticas, también deberemos tener en cuenta las económicas. Y sí, la estrella del día este lunes ha sido el barril de petróleo: por ejemplo, el precio en EEUU subía un 3,74% (hasta los 85,89 dólares del West Texas Intermediate (WTI)) en la apertura del mercado americano.

Lo primero, una obviedad: es lógico que el precio del crudo suba como consecuencia de las noticias del fin de semana. Esto, además, no tiene sólo que ver con los actores implicados de forma directa (Israel, Hamás o la Autoridad Nacional Palestina). Los precios de cualquier bien recogen los factores que podríamos llamar (con ciertas cautelas) como "objetivos" del mercado (si hay más demanda u oferta, si se descubre un nuevo yacimiento, si cae el número de kilómetros recorridos, etc...) pero también el factor riesgo. Es decir, más allá de lo que cada uno piense (incluso si es optimista y cree que el conflicto no se extenderá a otros países), lo normal es que casi todos los agentes tomen posiciones defensivas: desde la empresa intensiva en petróleo que incrementa sus reservas al país exportador que toma medidas por si las moscas.

En resumen, sería extraño no ver un incremento en el precio de la materia prima más esencial de la economía moderna. Y eso que ya estaba en niveles más bien elevados: los precios de los últimos meses, sin ser máximos históricos sí marcaban una clara tendencia alcista. Desde finales de la pandemia, el precio del petróleo en los mercados internacionales ha estado subiendo, desde los aproximadamente 50 dólares/barril de finales de 2020 a los picos de más de 115 dólares de la primavera de 2022 (las semanas posteriores a la guerra en Ucrania fueron muy complicadas). Luego la cosa se tranquilizó, pero apenas hemos visto semanas con el barril por debajo de los 75 dólares desde entonces. Y ya estamos mirando otra vez los 90 dólares.

El largo plazo

Porque, además, en lo que respecta al precio del petróleo no sólo la geopolítica importa. Las tendencias a largo plazo del sector también generan mucha incertidumbre. Por ejemplo, la infra-inversión de la última década: hemos pasado de 887.000 millones de inversión en lo que se llama "upstream" (exploración, extracción, producción, procesamiento) en 2014 a menos de 600.000 millones este año. O lo que es lo mismo, de 88.000 a 59.000 nuevos pozos. Es verdad, como apunta este artículo de Rystad Energy, una de las principales consultoras del mundo en este sector, que las ganancias de eficiencia en parte han servido de contrapeso (obtenemos más, con menos). Pero, incluso así, hay voces que desde hace años alertan de que estamos al límite.

En parte, esa inversión reducida viene determinada por varios factores que también deberían tener su peso a medio plazo. El primero es la tan cacareada transición energética: si es cierto que vamos a un mundo net-zero (o que, al menos, ése es el objetivo de los gobiernos) no tiene mucho sentido seguir invirtiendo en grandes proyectos relacionados con combustibles fósiles. Porque, además, los gobiernos de todo el mundo, especialmente los occidentales, están poniendo muchas más dificultades y encareciendo estas inversiones.

La pregunta sería si no nos estamos pasando. Aquí, en un artículo de la Agencia Internacional de la Energía, nos recuerdan que la demanda global sigue creciendo y que se espera que lo haga a una media del 6% hasta 2028. A partir de ahí, el informe apuesta por una caída en ese ritmo de crecimiento e incluso porque lleguemos al pico de demanda global (no confundir con un pico en las reservas de petróleo o en la disponibilidad de la materia prima) a comienzos de la próxima década:

El consumo de petróleo en el sector del transporte disminuirá a partir de 2026, a medida que incremento en el uso de los vehículos eléctricos, el crecimiento de los biocombustibles y los avances en la eficiencia en el uso del combustible reduzcan su consumo (...) El consumo alcanzará un nivel de unos 105 millones de barriles al día alrededor de 2028, apoyado en una creciente demanda desde los sectores petroquímico y aeronáutico.

Como vemos, sí hay previsiones de alcanzar el máximo de demanda; pero incluso así, eso llegará en unos años y lo que nadie anticipa es un desplome posterior: si la demanda se estabiliza en torno a los 100 millones de barriles/día, eso seguirá exigiendo de un esfuerzo inversor muy importante (habrá que reemplazar los yacimientos que se agoten y renovar el capital que se deprecie).

Este mismo lunes, Francisco Quintana, director de estrategia de inversión en ING España, citaba el informe de octubre de su entidad, con un epígrafe destinado a este punto y que tiene todavía más interés porque está publicado antes de los acontecimientos de este fin de semana:

¿Qué ha pasado en el mercado de petróleo? El mercado mundial ya estaba muy justo antes del ataque de Hamás a Israel. ING Economics preveía un déficit de unos 2 millones de barriles diarios en 4 de los 6 trimestres hasta finales de 2024 y un ligero superávit el resto. Esos números estaban hechos contando con un relajamiento de la tensión entre Irán y EEUU. Si el petróleo iraní empieza a sufrir restricciones, los números empeoran. Hace 20 años, Arabia Saudí habría intervenido para apoyar a sus aliados pero hoy la relación con Occidente está dañada y es improbable que mueva un dedo. ¿Qué implica? Esto implica riesgo adicional de que aumente la inflación por precios energéticos más altos, y, por tanto, riesgo de tipos altos más tiempo.

Es decir, la previsión de los expertos del banco ya apuntaba, antes de los ataques de Hamás, a un barril de Brent por encima de los 90 dólares de media durante lo que queda de 2023 y el año 2024. ¿Y ahora? ¿Es inevitable que nos vayamos por encima de los 100?

Incertidumbre

En una industria con este panorama (cuellos de botella, demanda creciente y poca oferta) la lógica nos dice que esa inversión menguante debería recuperarse con rapidez. Pero no es tan sencillo. El petróleo es un sector en el que la amortización no se logra en 4-5 años. Hablamos de una industria muy intensiva en capital y que necesita un panorama de cierta certidumbre a 15-20-25 años vista. Justo lo que no hay ahora mismo en el sector, en parte por cuestiones regulatorias y en parte por la pujanza de algunas de las nuevas tecnologías. Esto no quiere decir que no pueda haber una cierta recuperación de la oferta; por ejemplo, muchas explotaciones de fracking puede no ser rentables con el barril a 30-40 dólares, pero los últimos estudios nos dicen que a partir de los 50-55 dólares el barril comienza a serlo. Eso sí, no es fácil responder a la pregunta de cómo de capaces serán los productores de llevar esa nueva capacidad al mercado y cubrir esa demanda creciente.

Otro interrogante tiene que ver con los cambios en los consumidores. En los 70, el shock se resolvió con un poco de recesión y otro poco de más inversiones para prospecciones en los países occidentales, pero también fue una fuerza impulsora de cambios en la industria (cambio al gas desde el petróleo) y en los hogares (desde calderas más modernas a coches más pequeños). Medio siglo después, un escenario de dos años de precios muy elevados podría hacer mucho más por esa transición energética que tanto obsesiona a los gobiernos que los programas verdes que tanto dinero han costado.

Por último, el tema que quizás más preocupa al consumidor medio en Europa: cómo afectará este precio del petróleo a los costes del conjunto de la cesta de la compra. Todos conocemos la respuesta y no hay mucho por lo que podamos estar tranquilos: si el crudo se mantiene por las nubes, eso afectará al resto de sectores. No hay ningún precio que tenga esa capacidad de transmisión. Justo ahora que se hablaba de la relajación de las políticas de los bancos centrales, un repunte inflacionario no ayudaría. Otra piedra en el camino de la recuperación europea. Y, cuidado, si hay un país vulnerable a ese escenario de recesión, inflación y tipos elevados, ése es España.

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