El hecho de que, a lo largo de una serie de años, se haya engañado de forma consciente a la opinión pública en lo que respecta a los problemas del país ha creado una desconfianza notable y una gran preocupación sobre lo que puede suceder en el futuro.

No existe disyuntiva entre austeridad y crecimiento, pues, en un país tan potencialmente insolvente como el nuestro, la primera es condición sine qua non del segundo.

Los dirigentes autonómicos se están negando de forma sistemática a realizar el verdadero ajuste en los presupuestos regionales que exige el cumplimiento de los objetivos en materia de déficit pactados con la Unión Europea.

No cabe rescatar sin limpiar los desmanes anteriores. Derramar millones de euros sobre estructuras nacidas de la corrupción, es una forma de perpetuar el problema. Primero, reformas y limpieza, y sólo después, rescate.

En este contexto de absoluta desconfianza creado por el PSOE, me parece que la medida del Gobierno de nacionalizar Bankia en general, y la dimisión de Rato en particular, son formas de crear confianza en las instituciones financieras.

Lo peor de todo es que, sabiendo como sabemos que los males de Bankia proceden de la presencia en sus órganos, y en los de las cajas absorbidas, de tanto político ignaro, van, cogen y la nacionalizan.

La plástica estampa de los gobiernos Visa Oro en mano y despilfarrando con alegre, suicida desparpajo, se corresponde, sí, con el caso griego. Pero la aberración griega representó la excepción, ni mucho menos la norma general.

Después de tanta elección y emoción, estamos donde estábamos. Hay unos textos jurídicos que se imponen a todos y una situación económica inapelable que exige: recortar el peso del estado, generar confianza en la devolución de las deudas y crear riqueza.

Ante el hecho de que el paciente está en realidad más enfermo de lo que a él le había parecido, Rajoy, en lugar de darle una dosis mayor de medicina, le ha suministrado algo tan contraindicado para su enfermedad como es una brutal subida de impuestos.